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y el Caribe (CEPAL) muestran que el porcentaje de personas que pertenecen al estrato de más altos ingresos
aumentó del 2,2% al 3% entre 2002 y 2017, pero en 2014, el 10% más rico de la población seguía percibiendo
el 40,5% del ingreso nacional en Brasil, y el 39,7% en México.
La confianza y el civismo tienen un impacto significativo en todos los motores clave del crecimiento y la
desigualdad. El crecimiento económico depende de políticas públicas y de instituciones para acomodarlo y
estimularlo. Las decisiones más importantes que impulsan el crecimiento económico —invertir, emplear, producir,
comprar o vender— dependen en todos los casos de la confianza. Las personas más productivas, capacitadas
e innovadoras tienen más oportunidades económicas en las sociedades donde la confianza es alta; en las que
carecen de confianza, estas oportunidades son limitadas.
La desconfianza distorsiona la actividad económica a través de tres vías concretas. Una de ellas tiene lugar entre
gobierno y empresas. Para promover la actividad económica, los gobiernos utilizan un conjunto de políticas. Si las
empresas desconfían del gobierno, tienen menos probabilidades de responder a las condiciones favorables que
esas políticas puedan crear. Otra de las vías tiene su origen en la desconfianza interpersonal entre los ciudadanos
y afecta significativamente a la regulación pública de las empresas. Los ciudadanos que desconfían tanto del
gobierno como de las empresas exigen una regulación excesiva de parte del primero, que impone cargas a las
firmas cuando tratan de innovar, ampliarse y crecer. La tercera vía va de la desconfianza interpersonal a la manera
en que las empresas se organizan internamente y hacen negocios unas con otras. Dentro de las empresas, la
desconfianza interpersonal limita la toma de decisiones a la familia, en lugar de delegar la responsabilidad en
trabajadores externos potencialmente más calificados. Entre firmas, la desconfianza aumenta los costos de
las transacciones, favorece a las empresas establecidas de larga data y crea barreras para la entrada de firmas
nuevas y más eficientes.
La desconfianza limita el libre movimiento de los
trabajadores, el capital y las ideas hacia empresas
más productivas. También reduce los incentivos de las
empresas para desplegar los métodos de producción
más avanzados, expandirse hacia otros mercados,
invertir en nuevos productos y procesos y capacitar
a los trabajadores. Al contrario, las firmas realizan
grandes inversiones improductivas para protegerse del
comportamiento poco fiable de los demás. Un ejemplo
de esas inversiones es el 1,4% del PIB que las empresas
de América Latina y el Caribe destinan a seguridad para
estar a salvo de la delincuencia.
En ausencia de productividad, las empresas optan por
utilizar más trabajadores, capital y tierras para prosperar.
Sin embargo, estas estrategias aumentan el crecimiento
a tasas cada vez más bajas cuando la productividad
está estancada. El gráfico 7 ilustra este fenómeno: la
productividad total de los factores contribuye menos al
crecimiento económico en los países de baja confianza
que en los de alta confianza. Los países de la región, con
una confianza baja y bajo crecimiento de la productividad,
se sitúan en el lado izquierdo de la línea ascendente. En
cambio, países de Asia Oriental como China y Vietnam se
sitúan en el extremo derecho. Han crecido rápidamente
a lo largo de décadas, en parte gracias a los altos niveles
de confianza interpersonal.
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